Trump y la nueva 'Doctrina Donroe' para América Latina
Una nueva doctrina. Sin un aparato filosófico e intelectual muy sofisticado, sin un gran equipo (más allá de Marco Rubio) detrás, con décadas de experiencia en política exterior y una visión unificada, como ocurrió con el recientemente fallecido Dick Cheney y los neocon que definieron el rumbo de Estados Unidos en la Presidencia de George W. Bush. Pero con un programa que avanza a velocidad récord y que hace camino al andar.
Aranceles a todos los vecinos continentales y amenazas de anexión, de Canadá a Groenlandia, pasando por el Canal de Panamá. Cambiar el nombre del Golfo de México. La designación de los cárteles, mexicanos o venezolanos, como organizaciones terroristas para autorizar ataques más allá de las fronteras, movilizando soldados e incluso tropas de asalto. Las acusaciones constantes de vínculos con los narcos a los Gobiernos de Venezuela, Colombia o México para intimidar y justificar acciones y sanciones. La presión a los jueces (Brasil) para interferir en la política nacional. El rescate con miles de millones de dólares (Argentina) o pagar millones a cambio de aceptar presos (El Salvador) para financiar a los aliados ideológicos. El desplegar un portaaviones con 5.000 marineros, ocho buques, un submarino nuclear en el Caribe y un buen número de cazas y bombarderos. Y todo, bajo el paraguas de una idea más que un plan concreto: echar de la región a Rusia y China y limitar su exposición en todo el continente. En el patio trasero de Washington.
El 2 de diciembre de 1823, en un discurso que acabaría siendo uno de los más importantes para las relaciones internacionales del siglo XIX, el presidente James Monroe articuló ante el Congreso de Estados Unidos los ejes fundamentales de una nueva doctrina en política exterior, revolucionaria en todos los sentidos. Monroe, repasando la situación del mundo y explicando cómo Washington había enviado ya embajadores a los principales vecinos de América Latina, recalcó que "en las guerras de las potencias europeas, en asuntos que les conciernen, jamás hemos participado, ni se ajusta a nuestra política hacerlo", y que "sólo cuando nuestros derechos son vulnerados o seriamente amenazados nos indignamos o nos preparamos para nuestra defensa". Pero advertía: "Con los acontecimientos en este hemisferio estamos, por necesidad, más directamente vinculados, por razones que resultan evidentes para todo observador ilustrado e imparcial".
No era una queja sin más. Estados Unidos, en su primer aviso de calado al mundo, apenas unas décadas después de lograr la independencia, anunció que "en aras de la franqueza y de las relaciones amistosas que existen entre los Estados Unidos y dichas potencias, debemos declarar que consideramos cualquier intento de su parte por extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como una amenaza para nuestra paz y seguridad (...) no podríamos considerar ninguna intervención de ninguna potencia europea con el propósito de oprimirlos o controlar de cualquier otra manera su destino, sino como la manifestación de una actitud hostil hacia los Estados Unidos".
La Doctrina Monroe, sintetizada como "América para los americanos", ha marcado las relaciones desde entonces, especialmente desde 1898 en adelante. En 1904, el "corolario" del presidente Theodore Roosevelt afirmaba que Estados Unidos tenía derecho a "vigilar" el hemisferio en respuesta a "casos flagrantes de [...] mala conducta o impotencia" y por la "responsabilidad de preservar el orden y proteger vidas y bienes". Por eso, todo lo que está al sur de la frontera con México fue durante el siglo XX "el patio trasero". La Casa Blanca no dudó en usar la fuerza, directa e indirectamente, para apoyar o tumbar gobiernos, cuando no intervenir abiertamente, con derrocamientos, invasiones o sanciones. La época de la United Fruit Company, las conspiraciones y quizás los golpes de Estado, de "nuestros hijos de puta", como hablaban en la Casa Blanca de Noriega, parece estar de vuelta.
Algunos la llaman Monroe 2.0. Otros, en Washington, hablan de Donroe, una mezcla entre Donald y Monroe. Los tres conceptos principales de la primera -esferas de influencia, no colonización y no intervención- fueron diseñados para definir "una clara ruptura entre el Nuevo Mundo y el reino autocrático de Europa". Los de la Donroe están todavía por escribirse, pero parten de una sensación y una visión: la de que las principales amenazas para Estados Unidos no se encuentran en regiones lejanas ni provienen de potencias extranjeras, sino que están en casa, en forma de drogas, inmigración y una "izquierda lunática". Y su "deber moral", parafraseando lo que inspiraba a Monroe y Roosevelt, es combatirlas por todos los medios.
En este caso, cerrar fronteras, movilizar tropas o aranceles a todos "por el privilegio de comerciar con Estados Unidos". También, apoyo diplomático a los peones pequeños pero necesarios (Guayana, Trinidad y Tobago); presión a los tibios, como Panamá, para que saliera abruptamente de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. Acuerdos económicos con los aliados y fuerza bruta contra los enemigos, en nombre de algo más que la seguridad nacional. Matando a decenas y decenas de personas en ataques con drones, presuntamente en aguas internacionales, reescribiendo sobre la marcha el orden jurídico y las reglas de combate.
"Estados Unidos ha prestado más atención al hemisferio occidental en nueve meses que muchas administraciones anteriores de ambos partidos desde la Guerra Fría; si bien, en la región algunos lamentan ahora haber obtenido lo que deseaban. Este cambio de enfoque surge de la preocupación de que Estados Unidos haya priorizado durante demasiado tiempo la proyección de poder y el control de los puntos críticos globales por encima de atender a su "vecindad compartida", lo que ha permitido a China expandir su influencia en América Latina y el Caribe y ha facilitado que organizaciones criminales y flujos migratorios sin precedentes amenacen directamente la seguridad estadounidense. La Administración Trump parece estar adoptando un enfoque de 'Doctrina Monroe 2.0' para el hemisferio occidental. Estos esfuerzos pueden producir algunos resultados a corto plazo, pero probablemente crearán una mayor distancia entre Washington y la región con el tiempo, en beneficio de los rivales de Estados Unidos", advierten Christopher Hernandez-Roy y Juliana Rubio, del Center for Strategic and International Studies, en Washington.
Aunque no ha llevado su retrato al Despacho Oval, como hizo con Andrew Jackson, Trump venera la Doctrina Monroe y cree que el hemisferio occidental es la esfera de influencia tradicional de Estados Unidos. En septiembre de 2018, ante la Asamblea General de la ONU, afirmó: "Desde la presidencia de Monroe, la política oficial de nuestro país ha sido rechazar la injerencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos". Y desde el primer día de su segundo mandato, uno de los ejes ha sido afianzar el control, en todos los sentidos: filosófico, ideológico, diplomático, económico y migratorio. Anulando las célebres palabras de John Kerry, secretario de Estado de Barack Obama, en 2013, cuando proclamó que "la era de la Doctrina Monroe es historia".
"Este es el 'Corolario Trump' en acción. Lo que comenzó como una promesa de poner fin a los compromisos estadounidenses en el extranjero se ha convertido en la proyección más asertiva del poder estadounidense desde la Guerra Fría. America First ahora significa 'Estados Unidos en Todas Partes': una doctrina que disfraza la expansión con la retórica de la retirada. Antes de completar su primer año en el cargo, Trump ha rediseñado el mapa de la autoridad estadounidense, sustituyendo la apariencia de colaboración por la contundente afirmación del mando. El método es simple: amenazar a los aliados, atacar a los adversarios y actuar antes de que nadie pueda objetar. Sin formación de coaliciones. Sin consenso multilateral. Sin disculpas. La voluntad estadounidense basta. El resto es acatamiento", apunta Sebastian Contin Trillo-Figueroa, experto en análisis geopolítico de la Universidad de Hong Kong.
La Casa Blanca de Donald Trump está reescribiendo las reglas del continente de una manera inédita desde los años 50, después de que Estados Unidos derrocara al menos 41 gobiernos en América Latina entre 1898 y 1994, según cálculos del historiador John Coatsworth, de la Universidad de Columbia. Ahora resucita el fantasma con una intromisión e injerencia directa: usando drones para bombardear lanchas; autorizando a la CIA que haga operaciones encubiertas contra el régimen de Nicolás Maduro; y empoderando a los departamentos de Estado o de Justicia para castigar a jueces brasileños por juzgar a su amigo Jair Bolsonaro o por presionar a las grandes tecnológicas estadounidenses. "Nos tomamos muy en serio la seguridad de nuestro hemisferio", respondió recientemente el secretario de Guerra, Pete Hegseth, cuando le preguntaron por qué había ya 10.000 efectivos estadounidenses en el Caribe.
En su discurso de inauguración, el 20 de enero, Trump citó al presidente McKinley, el que llevó a la guerra contra España en 1898, por "enriquecer enormemente a nuestro país mediante aranceles y gracias a su talento". Y usó el ejemplo del Canal de Panamá como símbolo de lo que él consideraba un marco internacional que ha sido negativo para los estadounidenses. "Hemos sido perjudicados gravemente por este regalo insensato que nunca debió haberse hecho, y Panamá ha incumplido su promesa. Ante todo, mi mensaje a los estadounidenses hoy es que ha llegado el momento de que actuemos una vez más con el coraje, el vigor y la vitalidad de la civilización más grande de la historia (...) Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento: una que incrementa su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera hacia horizontes nuevos y hermosos".
Trump, que llegó al poder al frente del movimiento MAGA criticando las guerras lejanas y el desperdicio de recursos en el extranjero, fue, sin embargo, mucho más allá: "Perseguiremos nuestro Destino Manifiesto hasta las estrellas (...) La ambición es la esencia de una gran nación y, ahora mismo, nuestra nación es más ambiciosa que ninguna otra". Y eso ha valido en Oriente Próximo, poniendo sobre la mesa la opción de quedarse Gaza primero, o, más recientemente, para jugar con la idea de mandar tropas a Nigeria para salvar a los cristianos.
Mientras que la ayuda a Israel o el bombardeo a Irán han generado rechazo entre las filas del universo MAGA, el despliegue en el continente americano está recibiendo aplausos. "Me alegra enormemente que por fin estemos usando la fuerza militar en nuestro propio hemisferio contra quienes habrían hecho daño a territorio estadounidense", afirmó en su podcast a principios de septiembre Charlie Kirk, el activista y amigo de Trump, días antes de ser asesinado. "Esto es mucho más vendible a las bases que apoyan el America First que las propuestas para Oriente Próximo (...) El concepto de Monroe 2.0 no existía, y ahora la gente dice: 'Sí, definitivamente, estoy de acuerdo. Me encanta'", coincide el gran gurú de la alt-right, Steve Bannon. "Si yo fuera Maduro, me iría a Rusia o a China ahora mismo. Sus días están contados. Algo va a suceder, interna o externamente (...) América se va a encargar del hemisferio sur. Nos aseguraremos de que haya libertad y democracia", afirmó esta semana el senador republicano Rick Scott en el programa 60 Minutes.
"Coaccionar al régimen autocrático de Maduro es sólo una parte de una campaña más amplia para reafirmar la hegemonía hemisférica de Estados Unidos, una campaña tiene raíces históricas y una sólida lógica estratégica. Sin embargo, también está plagada de interrogantes sin respuesta y riesgos importantes", avisa Hal Brands, del American Enterprise Institute. "Trump debería ser prudente con lo que pide. Tal vez Estados Unidos pueda lograr la destitución de Maduro y una transición pacífica a la democracia. O tal vez se desate el caos, incluso una guerra civil, que desestabilice una región crucial (...) Las tácticas coercitivas pueden acaparar los titulares, pero fortalecer los lazos de cooperación es vital para que la política de America First se convierta en realidad y para que el hemisferio occidental se consolide como un bastión en un mundo cada vez más fragmentado".
Washington no sabe estos días si Trump atacará Venezuela o no. Los incentivos están claros, la oposición liderada por María Corina Machado parece de acuerdo. Y la historia muestra que en la Casa Blanca es tradición la niebla de la guerra. "Desde luego, Trump no sería el primer presidente en encubrir una retirada ante un gran problema atacando uno menor. Ronald Reagan atacó la pequeña isla de Granada después de que marines estadounidenses murieran en Beirut en 1983. Al analizar el panorama de amenazas a nivel mundial, me parece que Trump tiene sus prioridades al revés", sentenciaba estos días David Ignatius, uno de los columnistas más seguidos en la capital.

