Francesco Tuccio, carpintero de Lampedusa: "Las cruces son mi forma de dar voz a los migrantes que pierden la vida en el Mediterráneo"

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Basta entrar en su taller y dar una vuelta rápida para que aparezcan unos trozos de madera muy diferentes a los demás. Son ásperos y tienen clavos, pero conservan todavía su color original. Son piezas que, en su sencillez, hablan de las millas que navegaron y de los migrantes que, en ellas, se jugaron la vida en el Mediterráneo. Francesco Tuccio, carpintero de la isla siciliana de Lampedusa, le dice al entrevistador al contemplar las maderas: "¿Qué? ¿Hago una cruz mientras hablamos?"
La unión entre madera y mar viene de familia. El padre de Francesco se ganaba la vida fabricando pequeños barcos. "Construía embarcaciones muy pequeñas, de entre dos y ocho metros, para que los pescadores de Lampedusa, remando, pudieran alcanzar fácilmente sus barcos. Unos barcos que permanecían anclados a varias millas de distancia porque, en aquella época, el puerto no era funcional como el de hoy", nos explica.
Un día, su padre, montado en una Vespa, cargó con un gran trozo de madera subido en la moto: "Lo había cogido de las embarcaciones de migrantes abandonadas en el puerto". Fue algo que hizo más veces y Francesco se preocupó: "Ya no vivía con él y, teniendo yo madera en mi carpintería, pensé que se encontraba en una situación de necesidad", relata. "¡Qué dices! ¡Esa madera es la más resistente para las proas de los barcos!", le respondió su padre ensalzando la robustez de esas maderas procedentes de Túnez. Un país familiar para los pescadores de Lampedusa que, en el pasado, a tan solo 60 millas de distancia, estuvieron unidos a sus compañeros norteafricanos a través del comercio de esponjas y de pescado salado.
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Cuando Tuccio era niño no había desembarcos de inmigrantes arriesgando su vida. "Al menos no tantos como hoy. Se trataba de barcos pequeños que llegaban de forma puntual desde Túnez", explica. "Me acuerdo de que las primeras llegadas continuadas empezaron entre finales de los 90 y principios de los 2000". Motivado también por razones de fe, Francesco se unió a otros vecinos en un grupo para ayudar a los migrantes que llegaban al muelle Favaloro de Lampedusa: "Éramos unas ocho personas que, de forma casera, colaboraban recogiendo comida, agua, ropa y zapatos". La iglesia de San Gerlando de Lampedusa se convirtió en el epicentro de la ayuda humanitaria en la isla: "La Guardia Costera sabía que podía contar con el padre Stefano y con nosotros".
Día tras día, empezaron a vivir en primera persona "el sufrimiento de los niños, las mujeres y los hombres; heridos física y mentalmente". "Nos tuvimos que adaptar sobre la marcha porque no estábamos preparados para vivir todo eso. No fue fácil, pero nunca tuvimos miedo", admite Tuccio: "Esa forma de ayudar me ha llenado y dado mucho", incluso habiendo visto "mucho sufrimiento". Pero Francesco subraya que "no hay nada como ayudar de corazón a quien está mal" ya que, por el contrario, "es quien te da fuerza y te llena".
Para Tuccio, hubo un día sin vuelta atrás. En 2008, una embarcación con 300 migrantes a bordo llegó de forma autónoma desde Libia a Lampedusa: "Una madre de unos 60 años, de Eritrea, lloraba desconsolada", cuenta el carpintero. A través de otras personas que viajaban con ella, supo que en otra embarcación que iba detrás se encontraba su hijo: "El barco no llegó nunca. Se había hundido con 500 personas a bordo", recuerda Francesco con dolor.
"Tenemos que hacer algo, las personas se están muriendo", le decía Tuccio al párroco de Lampedusa dentro de la iglesia del pueblo. "Me sentía enfadado e impotente". "Después de unos días, me fui al cementerio de barcos que había entonces. Cogí dos trozos de madera y los traje a la carpintería. Fue en ese momento cuando hice mi primera cruz. Unos días después, con el permiso del padre Stefano y del obispado, fuimos en procesión con aquella cruz de madera en Viernes Santo".
Durante el pontificado de Benedicto XVI, Francesco Tuccio le propuso al párroco escribir una carta al Papa "para que conociera la situación en la isla e invitarlo a Lampedusa". Con la mediación del obispado, el padre Stefano y el carpintero fueron recibidos en audiencia privada por Joseph Ratzinger en el Vaticano. Y, un tiempo después, tras la elección de Jorge Mario Bergoglio, Francesco y el padre Stefano le enviaron al Pontífice una cruz de madera y una carta explicándole la situación en la isla al nuevo Papa argentino: "Se emocionó y fue gracias a esa cruz y a esa carta que Francisco decidió realizar su primer viaje apostólico a Lampedusa".
"El padre Stefano vino a la carpintería para contarme la gran noticia. Sentí una gran felicidad, fue una emoción indescriptible, una gran energía que todos necesitábamos para seguir hacia adelante. Como el abrazo de un padre, que sabe que necesitas su apoyo y te alivia". "El recuerdo que tengo del Papa Francisco en la isla es maravilloso. Fue todo muy emocionante", admite Tuccio. Con la madera de los barcos de los migrantes, el carpintero realizó la cruz pastoral, el cáliz y el altar de la misa que presidió el Pontífice en Lampedusa. Para Tuccio, "Francisco logró transmitir el sufrimiento de los demás, especialmente los pobres y los migrantes" y "se le quiso muchísimo".
A día de hoy, sigue habiendo naufragios de migrantes en el antiguo mare nostrum. "Me duele", admite Tuccio, "porque es como si estuviéramos todavía en el punto de partida". "Sabemos dónde mueren y tantos años después no ha cambiado nada". Y añade: "Los muertos en el mar creo que son muchísimos más de los que se han registrado oficialmente". Para el carpintero siciliano, "la cruz de madera representa mi forma de dar voz a los migrantes que han perdido la vida en el Mediterráneo".
Francesco, apasionado de la creatividad y el ensamblaje, recuerda a su padre con cariño. De él asegura haber heredado su imaginación y sus obras son prueba de ello. Con años de distancia, compartieron el mismo interés por unas piezas de madera norteafricanas que, aparentemente, nadie querría. Su padre las elogiaba y las acopló para que sus pequeños barcos navegaran en las azules aguas de Lampedusa. Su hijo Francesco, con el mismo espíritu, les da una nueva vida a favor de un símbolo de dolor y esperanza en todo el mundo. Con la resistencia de unas cruces de madera y sal que lograron atravesar el Mediterráneo.