Actitud frente a la 'rentrée'

Agosto vencido deja una resaca de titulares inquietantes para nuestro país y para el continente. Fuegos devastadores y descrédito en casa, confusión y cesiones comerciales junto a nuestros socios UE, y una creciente adversidad geopolítica, componen un panorama que incita al desánimo. Pero el arranque del curso no puede afrontarse desde el pesimismo, permitiendo que los problemas nos arrastren. La rentrée exige visión estratégica y coraje. Actitud de combate.
El verano de 2025 ha evidenciado brutalmente fragilidades y carencias. Los incendios han consumido cerca de 400.000 hectáreas patrias, casi el equivalente a toda La Rioja. Y, con ser gravísima, no se trata únicamente de una catástrofe ambiental, sino del reflejo de una gestión forestal deficiente en la ejecución y errada en el concepto. Décadas de abandono en la limpieza de montes, sumadas a una visión romántica convertida en dogma ideológico, han transformado los bosques en polvorines. La respuesta no puede ser meras proclamas, sino que ha de dar paso a medidas concretas: brigadas permanentes, incentivos a propietarios rurales para que conserven limpios sus terrenos, o el uso intensivo de drones y sensores de vigilancia. La naturaleza no se preserva con consignas, sino con prevención constante y realista.
La energía suscita similar reflexión. El apagón ibérico de abril mostró la vulnerabilidad de la bulimia verde. España abrazó con entusiasmo las fuentes renovables, pero sin respaldo suficiente en redes, almacenamiento y fuentes complementarias. El resultado: un sistema que flaquea ante picos de demanda y fenómenos meteorológicos extremos. Lejos del fervor cuasi religioso imperante, precisamos pragmatismo: asumir la nuclear sin restricciones mentales, cuidar del gas y pelear sinceramente por las interconexiones proyectadas por la Unión.
A estas debilidades se suma el golpe a la credibilidad exterior. El escándalo judicial que rodea a la pareja presidencial, amplificado globalmente tanto por medios tradicionales cuanto sociales, erosiona la imagen de España en un momento delicado. La portada de un diario de referencia mundial -lectura habitual de inversores y responsables políticos- proyecta ominosa sombra sobre nuestra honorabilidad colectiva.
La deriva se agrava con la inclinación a debates bizantinos: la obsesión por incluir el catalán o el euskera como lenguas oficiales de Bruselas consume energías valiosas. Mientras tanto, nuestra posición internacional se encoge y escora. La exclusión del núcleo dirigente de seguridad y defensa de la OTAN tras la cumbre de La Haya simboliza ese desmerecimiento: de actor de referencia hemos pasado a observador periférico.
Si España evidencia debilidad, la UE tampoco ofrece un cuadro alentador. Bruselas se pierde en discursos henchidos de ambición. Para muestra, los últimos anuncios del Green Deal, que sigue concentrando las actuaciones de la Comisión Europea, con el objetivo de alcanzar el 42,5% de energías renovables para 2030, con unas redes eléctricas que a duras penas soportan la tensión que hoy mismo genera un porcentaje mucho menor. El incidente ibérico y el estrés que producen episodios de dunkenflauten (ausencia prolongada y simultánea de sol y viento), deberían provocar reflexión crítica.
Mientras, Trump se regodea en la aplicación a sus aliados del refrán "esto son lentejas, si quieres las comes...". Así las cosas, el jueves, la Comisión Europea anunció una nueva declaración conjunta con Estados Unidos, cristalizando por escrito el marco político cerrado en julio. En la rueda de prensa ayer, el comisario Maros Šefovic confirmó que el pacto incluye un arancel máximo del 15% para la mayoría de bienes europeos, abarca sectores estratégicos como automóviles, semiconductores y productos farmacéuticos, y estipula medidas como compras energéticas (gas, petróleo y nuclear) por 750.000 millones de dólares, además de acuerdos sobre material militar, estándares o productos agrícolas. Este texto aporta claridad y coherencia al ámbito comercial, pero sigue siendo un compromiso político que rebasa con mucho las competencias de Ursula von der Leyen y extraordinariamente oneroso frente a nuestros intereses continentales.
Sin olvidar la presión trasatlántica en defensa. En la cumbre atlántica de 2025, con la proclamada espantada de nuestro gobierno, los socios acordaron (con la patente asunción de Sánchez), la elevación del gasto. Sin embargo, la UE, en vez de articular una estrategia común, se enzarza en discusiones interminables sobre cuotas y competencias, mientras sus miembros avanzan de forma descoordinada, impelidos por Washington a pagar en exclusiva el armamento imprescindible para la resistencia ucraniana.
Bajo este escenario de incertidumbre, el tablero mundial se mueve con violencia tectónica. Estados Unidos, bajo Trump, combina la falta total de consistencia en sus iniciativas y propuestas, con exigencias brutales que se ceban particularmente en los afines. Pero también deja entrever matices: la reunión con Zelensky en Washington mostró cierta apertura al diálogo y menor disposición a ceder ante Putin que hace tan solo unos días en Anchorage (anteayer su verborreica cuenta de Truth Social publicaba "Es muy difícil, si no imposible, ganar una guerra sin atacar a un país invasor. Es como un gran equipo en los deportes que tiene una defensa fantástica, pero no se le permite jugar a la ofensiva. ¡No hay posibilidad de ganar! Es así con Ucrania y Rusia. El corrupto y groseramente incompetente Joe Biden no dejaba que Ucrania LUCHARA CONTRAATACAR, solo DEFENDER..."). Estas señales -cierto, tenues- sugieren que la presión diplomática europea, ejercida con inteligencia, tiene efecto; aun a costa de la estética, en redoble de adulación estomagante.
El inicio del curso debe ser un llamamiento a la acción: sí, el mundo hierve, la UE se estanca y España vacila, pero la vuelta que marca septiembre no es tiempo de lamentos: es momento de mostrar reaños. La alternativa es la irrelevancia, la ausencia en la mesa donde otros deciden nuestros asuntos. Europa, por su parte, debe priorizar defensa, tecnología y competitividad frente a la fijación suicida en los excesos del Green Deal. Mantener con Estados Unidos una posición de unidad. Nuestro país necesita una política forestal que no se limite a llorar las cenizas, sino que prevenga los fuegos. Una estrategia energética sensata que combine sostenibilidad y seguridad. Una diplomacia capaz de devolvernos presencia en la OTAN y voz en Bruselas. Y, sobre todo, restaurar nuestra credibilidad exterior.
El estío nos deja un mensaje, metáfora y lacerante realidad: los incendios arrasan en horas; la reconstrucción exige constancia. Internamente, la recuperación de respetabilidad y peso estratégico no será inmediata y sólo comenzará si abandonamos la comodidad de la resignación. En cuanto a nuestro futuro, de sobra sabemos que está vinculado al funcionamiento de la UE y requiere visión común y compromiso de acción conjunta. La rentrée exige actitud: levantar la voz, ordenar prioridades y combatir con decisión.