Michelle Bolsonaro juega con ser la opción de la derecha dura brasileña para medirse a Lula por la presidencia

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¿Y si la derecha dura brasileña postula para la presidencia a un Bolsonaro, pero no a Jair? La disputa por encabezar la candidatura presidencial en las elecciones de 2026 en Brasil ha sumado nuevos elementos con un ambiguo posicionamiento de Michelle, la esposa del ex presidente.
"Cualquier decisión sobre posibles candidaturas pasará por un debate profundo con mi marido", ha afirmado Michelle en una serie de comentarios por escrito enviados a la agencia de noticias AFP.
Pastora evangélica, la ex primera dama ha introducido previsiblemente el componente religioso en su eventual decisión: "Será fruto de mucha oración para discernir sobre la misión que Dios, eventualmente, quiera confiarme".
Michelle ha enfatizado que Bolsonaro "es y seguirá siendo el mayor líder de la derecha en Brasil", al tiempo que se quejó de intentos de imponer al ex presidente "indicaciones anticipadas de candidatos". Ese comentario, más que a ella misma, se refiere al gobernador de Sao Paulo, Tarcísio de Freitas, al que el poder económico y un sector poderoso de la derecha quieren ver como candidato. Otra de las opciones con apellido Bolsonaro es Flavio, senador y considerado el más capaz políticamente de la familia. Eduardo, el diputado exiliado en Estados Unidos, está cada vez más desgastado y desprestigiado.
Pero se queje o no la carismática esposa de Bolsonaro, la carrera está lanzada, y en la derecha hay confusión. Son cada vez menos los que manifiestan públicamente que debe ser candidato. Condenado a 27 años y tres meses de prisión por liderar un intento de golpe de Estado, Jair Bolsonaro sueña con una amnistía que lo rehabilite, pero esta es cada vez más compleja de lograr.
Brasil celebrará elecciones presidenciales en un año, en octubre de 2026. Este jueves, el Supremo Tribunal Federal autorizó la reapertura de una investigación contra el ex presidente, que había sido archivada en 2022 y que intenta establecer si el líder de la derecha dura brasileña promovió la injerencia política -algo ilegal- en la Policía Federal. La reapertura fue ordenada por el juez Alexandre de Moraes, el miembro más famoso del STF, a petición del Procurador General de la República, Paulo Gonnet.
Esta investigación que se cierne nuevamente sobre Bolsonaro fue iniciada en 2020, cuando el ex juez y hoy senador Sergio Moro, enemistado con su hasta ese momento aliado Bolsonaro, renunció al cargo de ministro de Justicia y justificó su decisión en el supuesto intento del presidente de interferir ilegalmente en la Policía Federal.
Moro, el juez que condenó por corrupción al hoy presidente Luiz Inácio Lula da Silva en un proceso posteriormente anulado, acusó a Bolsonaro de presionar por cambios en la cúpula de la Policía Federal a fin de intentar intervenir en investigaciones del organismo. Se trata de un problema más en la larga lista que acumula Bolsonaro, investigado también por apropiarse de unas joyas valoradas en 1,2 millones de dólares y regaladas por Arabia Saudí durante un viaje oficial, por difusión de noticias falsas y "mensajes de odio" durante su Gobierno, y además condenado e inhabilitado políticamente por abusos de poder durante la campaña electoral de 2022.
Y mientras Bolsonaro sufre, Lula sueña. El anuncio oficial se sigue haciendo esperar, pero el líder de izquierdas ya no deja dudas de que buscará el año próximo, a los 81 años, ser presidente de Brasil por cuarta vez.
"Es posible, sólo posible, que vuelva a presentarme a las elecciones presidenciales, si gozo de buena salud", declaró Lula en la noche del jueves durante la inauguración del XVI Congreso del Partido Comunista de Brasil (PCdoB), celebrado en Brasilia. Y entonces abandonó la prudencia y dijo lo que verdaderamente piensa: "Estoy dispuesto a presentarme a unas cinco elecciones más. Pueden estar tranquilos".
Lula, que cumplirá 80 años este 27 de octubre, se ha presentado a seis de las nueve elecciones presidenciales celebradas en la actual era democrática. Esta sería la séptima en diez.
El líder de la novena economía del planeta, que habla reiteradamente de vivir hasta los 110 o 120 años, aspira a cambiar la mentalidad de sus compatriotas. "Necesito pensar en un país más grande, un país en el que la gente sea capaz de comprender el país que estamos proponiendo. No puede ser un país que la gente no quiera conocer y no quiera construir. Tiene que ser un país que la gente crea que se puede construir".
Mientras recorre el sendero de una posible reconciliación con el presidente estadounidense, Donald Trump, Lula ensayó una suerte de autocrítica con la que buscó acercarse a un electorado clave en Brasil: el de los evangélicos, ese que respalda mayoritariamente a Jair y Michelle Bolsonaro. "A menudo creo que nuestro lenguaje, nuestro discurso, está muy lejos del nivel de comprensión de millones de personas que querrían escucharnos".
Lula fue duro al hablar de la situación del Parlamento, un poder que impone múltiples condicionantes a su Gobierno, en especial por parte del difuso Centrão, una amalgama de partidos sin ideología clara, pero con fuerte capacidad para negociar cargos y dinero.
"Vamos a tener una disputa de la extrema derecha contra la izquierda y contra la democracia, porque los que son diputados saben que el Congreso nunca ha estado tan mal como hoy. Con gente que no está cualificada para ser diputado, salvo para provocar y hacer preguntas con el maldito móvil en la mano sólo para hacer propaganda en las redes. No les preocupa la respuesta ni el debate".