El nuevo enfermo de Europa

Pocos países han hecho más méritos para convertirse en el enfermo de Europa que Francia en el último año.
Veintiséis días después de su nombramiento, pocas horas después de anunciar un nuevo Gobierno con 18 carteras -13 ministros de gobiernos anteriores, cinco caras nuevas y ningún representante de la izquierda-, el primer ministro francés, Sébastien Lecornu, dimitió ayer por las mismas razones que sus predecesores: falta de apoyo para sacar adelante los nuevos Presupuestos.
Con su dimisión, se agrava la triple crisis -incertidumbre política, desconfianza de los mercados y tensión social- que padece Francia desde hace más de un año. Tan inquietante es el escenario que Macron dio ayer a Lecornu 48 horas para "dirigir las negociaciones definitivas con los partidos políticos y conseguir estabilizar el país". Si fracasa, el presidente promete "asumir todas sus responsabilidades", lo que algunos han interpretado como una posibilidad de nuevas elecciones legislativas.
Es el quinto primer ministro de Macron desde su reelección en 2022. Ha durado menos de cuatro semanas y su Gobierno, apenas 14 horas, dos nuevos récords en la Quinta República que reflejan la profunda división en la segunda economía de la eurozona. "No se puede ser primer ministro si no se dan las condiciones", dijo tras su dimisión.
En vez de reconocer la obstinación en un proyecto fallido, Lecornu atribuyó su fracaso a "los egos" de los dirigentes de la oposición, que siguen sin aceptar las condiciones del Elíseo, y de algunos dirigentes del centroderecha, que "siguen poniendo a su partido por delante de su país" y "dejándose llevar por sus ambiciones presidenciales".
"Yo estaba abierto al compromiso, pero todos los partidos exigían que los demás aceptasen sus programas en su integridad", añadió. "Todos se comportan como si tuviesen mayoría absoluta". Con palabras similares, explicaron sus salidas Bayrou tras nueve meses y Barnier tras sólo tres meses al frente del Gobierno.
Para muchos observadores, la chispa que prendió la traca final de esta última crisis fueron algunos de los nombramientos anunciados el domingo para el nuevo Gobierno, sobre todo el de Bruno Le Maire, quemado como ministro de Economía y Finanzas de 2017 a 2024, y catapultado de nuevo ayer al Ministerio de Defensa, el más reforzado por la actual crisis europea.
Lecornu tenía tres opciones: recurrir al artículo 49.3 de la Constitución y gobernar por decreto, sin voto de la Asamblea, como hizo Michel Barnier antes de ser censurado y obligado a dimitir; prescindir de la oposición en el nuevo Ejecutivo y, a base de concesiones, confiar en que los socialistas y otros grupos minoritarios le permitieran gobernar; o una gran coalición de centroizquierda con todas las consecuencias.
Optó por la segunda opción y los socialistas de Olivier Faure se negaron a colaborar desde el minuto uno, dejándole a los pies de los caballos. Sin su apoyo, estaba condenado de nuevo a un voto de censura y ha preferido irse antes de que lo echen.
Poniendo al mal tiempo buena cara y rechazando cualquier responsabilidad, Faure aplaudió en X la dimisión del primer ministro, comparándola con la de Charles de Gaulle en 1969.
La oposición moderada con la que Lecornu contaba condicionó su apoyo a un distanciamiento de Macron tanto en los nuevos presupuestos como en la elección del nuevo Gobierno e, incapaz de satisfacerles, el primer ministro más joven de Francia (39 años) tiró la toalla.
El CAC 40 -índice bursátil de las 40 empresas más grandes en la Bolsa de París- cayó en pocas horas tres puntos, la mayor caída desde agosto, los intereses del bono francés a 10 años llegaron al 3,57%, por encima del bono italiano y del griego, y el euro perdió un 0.7% de su valor. La deuda francesa -113.9% del PIB- y el déficit -casi el doble del techo del 3% fijado por la UE- asustan a los mercados y a las principales instituciones europeas, que no ven luz al final del túnel.
Se trata, probablemente, de la crisis política más grave del país desde 1958, cuando se instauró su actual régimen político. La Constitución aprobada entonces para acabar con la inestabilidad política de la posguerra a partir de un sistema semipresidencialista, con un presidente poderoso, respaldado por una mayoría amplia en la Asamblea, hace aguas por todas partes y ya no sirven los parches.
Para la jefa de la extrema derecha, Marine Le Pen, la dimisión del presidente Emmanuel Macron sería una decisión "inteligente" y la disolución de la Asamblea Nacional (AN) es "imprescindible". El presidente de su partido, Jordan Bardella, dio por seguro que habrá elecciones "en semanas" y afirmó que AN "está preparada para gobernar".
La presidenta de Francia Insumisa en la Asamblea Nacional, Mathilde Panot, una de las impulsoras principales del bloqueo del último Gobierno desde su nombramiento, asegura que 104 diputados de su grupo y aliados ya han firmado una moción de destitución del presidente de la República. Macron siempre ha mantenido que no dimitirá hasta que concluya su mandato en 2027.
Las principales encuestas francesas a primeros de septiembre daban a AN entre un 32% y un 35 % del voto (PolitPro).
Macron, responsable principal de la crisis al perder la mayoría parlamentaria en las elecciones adelantadas de 2024 (no había sucedido en Francia desde 1988), se enfrenta de nuevo a tres opciones: nombrar un nuevo primer ministro, convocar nuevas elecciones legislativas o dimitir.
Si perder a tres primeros ministros en menos de un año ya indica gran debilidad, recurrir a otro candidato parecido y con los mismos apoyos para que dimita en pocos días parece improbable. El problema es que Macron se resiste a entregar Matignon a un izquierdista, por moderado que sea, si el precio es diluir su reforma de las pensiones y olvidarse de los principales recortes presupuestarios que intentaron Barnier, Bayrou y Lecornu en menos de un año.
Las opciones dos y tres significan, como indican muchas encuestas, arriesgarse a que gane Agrupación Nacional (AN), la extrema derecha de Le Pen, cuyas prioridades son ley y orden, inmigración y austeridad. Aunque venciese AN, no hay garantía de que obtuviera la mayoría necesaria para recuperar la estabilidad perdida.