Pilar Conde, psicóloga: “En una conversación, todos caemos en alguno de estos tres roles sin darnos cuenta”

Cada vez que, en el marco de una conversación cualquiera, intentamos controlar, culpar o rescatar a otro, entramos sin saberlo en un pequeño triángulo emocional: el Triángulo Dramático de Karpman. Conocerlo nos ayuda a relacionarnos desde la libertad y la responsabilidad, no desde el drama.
El psicólogo Stephen Karpman describió tres roles que tendemos a adoptar cuando nos sentimos inseguros o queremos controlar una situación emocional:
Estos roles no son "personas", sino papeles que interpretamos en ciertos momentos. A veces somos la víctima, otras el salvador o el perseguidor, y vamos rotando entre ellos.
Pilar Conde, psicóloga sanitaria y directora técnica de Clínicas Origen explica que el triángulo sucede de forma automática cuando no somos conscientes de cómo nos relacionamos. Pero una vez lo identificamos, podemos salir de él, porque, aunque no es malo, sí es limitante y agotador. Por ejemplo:
- Si ves que estás cargando con los problemas de todos (rol de salvador), puedes parar y preguntarte: "¿me lo han pedido realmente?"
- Si tiendes a culpar a otros (rol de perseguidor), puedes pensar: "¿qué parte de responsabilidad tengo yo aquí?"
- Si te sientes sin poder (rol de víctima), puedes preguntarte: "¿qué puedo hacer para cambiar esta situación?"
Como dice Pilar Conde, identificar el rol nos beneficia muchísimo. “La clave está en reconocer cuándo nos situamos en uno de esos papeles y recuperar nuestra responsabilidad personal”, explica Pilar. “Eso nos permite hacernos cargo de lo nuestro y dar espacio a los demás para que asuman lo que les corresponde”.
Además, según la experta, "salir del triángulo rompe los patrones de inseguridad, fortalece la autoestima y la seguridad personal". "En nuestras relaciones, además, empezamos a vincularnos desde la igualdad y el respeto, no desde la dependencia o la necesidad de controlar", afirma.
Al dejar atrás estos papeles, aprendemos a decidir desde nuestro propio criterio, sin depender tanto de la aprobación ajena. "Nos ayuda a ocuparnos de nosotros mismos, a defender nuestros derechos y a respetar los de los demás", sostiene Conde. "Así, nuestras decisiones no nacen del miedo o de lo que otros esperan, sino de lo que realmente queremos".
Según la especialista, existen herramientas muy prácticas para aplicar esta conciencia en el día a día:
- Trabajar la atribución de responsabilidad (qué es mío y qué es del otro).
- Reconocer los derechos personales.
- Desarrollar la asertividad, es decir, expresar lo que sentimos y pensamos sin herir ni someternos.
Comprender y transformar estas dinámicas internas es, en palabras de Conde, "una vía directa hacia una autoestima más sólida". "Crece la sensación de competencia y de seguridad personal", explica.
No podemos evitar caer a veces en estos roles, pero podemos aprender a reconocerlos y salir de ellos rápido. Ese es el paso hacia relaciones más sanas, equilibradas y respetuosas.
Lo ideal es tomar decisiones basadas en nuestro propio criterio, sin necesidad de pedir constantemente opiniones o validación externa. Es importante dejar de opinar sobre la vida de los demás, recordando que cada quien tiene sus propias circunstancias. Demos espacio para que la otra persona piense cómo actuar. Así conseguimos salir del triángulo y, el objetivo, construir relaciones sanas.