Del Mandato británico a la Autoridad dirigida por Blair: el regreso de Palestina al tutelaje internacional un siglo después

"Después de una guerra devastadora, que comenzó como un conflicto limitado y acabó arrastrando a Estados Unidos, y tras la que cambió para siempre Oriente Próximo, las grandes potencias decidieron que Palestina quedara bajo una administración temporal a la espera de que se solucionara la coexistencia entre árabes y judíos".
Así podría ser, en unos años, la definición de un libro de texto - o, mejor, de un chatbot de Inteligencia Artificial (IA)- del plan de paz que se está forjando para Gaza. También podría ser la definición del Mandato de Palestina que comenzó hace exactamente 102 años. La Autoridad Internacional de Transición de Gaza (GITA, por sus siglas en inglés), que dirigirá el ex primer ministro británico Tony Blair revive una vieja idea: que el poder externo puede imponer el orden, la creación de instituciones, y el desarrollo económico hasta que los gobernados estén "listos" para ejercer el autogobierno.
Se ha ensayado muchas veces. Los ejemplos que los defensores del plan para Gaza prefieren son los de Kosovo y Timor Oriental: una supervisión internacional (ejercida por la GITA), un compromiso para la reconstrucción, y un plazo concreto que, en este caso, es de entre tres y cinco años.
Quien quiera ponerse negativo, tiene los ejemplos recientes con la reconstrucción de Irak y Afganistán, y uno mejor todavía: el ya mencionado Mandato para Palestina, que abarcó los actuales Israel, Gaza, Cisjordania y Jordania. Iba a ser temporal, con el Reino Unido como encargado de gestionarlo y con el objetivo de preparar la región para su autodeterminación cuando se hubiera podido "establecer (...) un hogar nacional para el pueblo judío", sin que ello causara "ningún perjuicio en los derechos civiles y religiosos de las comunidades que no son judías en Palestina", según la Declaración de la Sociedad de Naciones del 24 de julio de 1922. Era una fase calcada de la Declaración Balfour, en la que Londres, cinco años antes, había establecido el derecho a un Estado judío en Palestina, abriendo así el camino a un siglo de involucración británica en Oriente Próximo, que ahora parece haber ganado en intensidad, aunque de manera indirecta, con el nombramiento de Blair.
En perspectiva, la idea de Mandato era salomónica. Para algunos, la GITA, también. Y es que tal vez salomónico sea la mejor palabra para definir Oriente Próximo: el rey Salomón es parte de la tradición religiosa judía, musulmana, y cristiana, pero no hay ninguna evidencia histórica de que existiera. Como tampoco la hay de que los judíos fueran esclavos en Egipto y migraran a través del Sinaí hasta Israel, a pesar de que ésa es la base del mito fundacional de ese Estado y, de nuevo, es aceptada como verdadera por hebreos, musulmanes y cristianos.
El plan salomónico y temporal acabó extendiéndose 25 años y diez meses, y su final estuvo bañado en sangre británica, judía y árabe. No hubo transición. No hubo preparación de ningún Gobierno. Solo hubo una 'espantada' de Londres y la partición violenta del territorio entre los recién llegados judíos y los que entonces eran conocidos como "árabes palestinos". Así nació un conflicto que dura ya más de tres cuartos de siglo. Con semejantes resultados, no es de extrañar que nadie quisiera conmemorar en su día el 29 de septiembre de 2023, un siglo del inicio en la práctica sobre el terreno del Mandato.
Ahora, 102 años después, la historia vuelve con otro nombre. El esfuerzo es multinacional, pero la población local sigue sin tener representación. Los objetivos son similares: estabilización, creación de instituciones, desarrollo económico. Es el sueño de un profesor de Relaciones Internacionales. En su despacho de la Institución Hoover, Francis Fukuyama debe de estar emocionado. Pero la teoría y la práctica difieren. Cuando trabajaba en el Banco Mundial, Ashraf Ghani escribió el libro 'Arreglando Estados fallidos', con ideas tan profundas como que la tecnología es fuente de desarrollo económico y que todo gobernante debe escuchar al pueblo. Semejante joya le granjeó tal fama en Washington que EEUU le puso de presidente de Afganistán. Siete años después, con los talibán a las puertas de Kabul, Ghani se subió a un helicóptero y se fue de su país para no regresar.
Evitar caer en esa trampa es el objetivo de la GITA, de la que solo se sabe que estará en Egipto o en Qatar y que, cuando la situación lo permita, se trasladará a Gaza. Un documento de 21 páginas filtrado a la prensa internacional, cuya autoría ha sido atribuida por la prensa francesa y británica a "un equipo vinculado a la oficina de Tony Blair y a los círculos estadounidenses-israelíes cercanos a la administración Trump", establece que, bajo la GITA, Gaza será un protectorado internacional dirigido por todas las partes involucradas en el conflicto -Israel, EEUU, los países árabes y, especialmente, los del Golfo-, menos una: los palestinos. Estos sólo estarán representados "de forma simbólica", con voz, pero sin voto.
La vicepresidencia para Asuntos Humanitarios será la ex viceprimera ministra holandesa Sigrid Kaag, que es coordinadora de la ONU para la Ayuda Humanitaria y Reconstrucción de Gaza y, también, para el Proceso de Paz en Oriente Próximo. Ideológicamente se sitúa, al igual que Blair, en el ala más centrista de la socialdemocracia europea.
Los otros miembros del consejo que cita el informe ya habían sido filtrados a los medios de comunicación británicos, aunque ahora hay más destalles acerca de sus funciones. Ninguno de ellos tiene experiencia en operaciones humanitarias o de 'construcción de Estados'. Uno es el empresario Naguib Sawiris, el hombre más rico de Egipto, con una fortuna de 8.600 millones de euros, aunque su hermano Nassef le pisa los talones, con 8.400 millones. Sawiris, que procede de una dinastía de empresarios, se ocuparía de la obtención de fondos en la región para reconstruir Gaza. El empresario es cristiano copto, una minoría que supone entre el 5% y el 15% de la población egipcia y que ha sido históricamente discriminada por la mayoría musulmana de ese país, hasta el punto de necesitar un permiso especial del Gobierno para construir iglesias.
El vicepresidente para el establecimiento del Fondo de Reconstrucción sería el estadounidense Marc Rowan, un destacado financiador de la campaña presidencial de Donald Trump que sonó como posible secretario del Tesoro. Rowan, que es judío, es cofundador del hedge fund Apollo Management, del que se convirtió en consejero delegado hace cuatro años y medio, cuando su predecesor, Leon Black, tuvo que dimitir después de que se hiciera público que había pagado más de 150 millones de euros al proxeneta de la élite mundial, Jeffrey Epstein.
Rowan es un gran defensor de Israel. En 2023 dirigió sin éxito un boicot contra la Universidad de Pennsylvania porque ésta celebró un festival cultural sobre Palestina, aunque sí logró el cese de la rectora del centro, Liz Magill, por permitir ese evento y las manifestaciones en contra de Israel en el campus. Su fortuna oscila entre 6.900 y 8.500 millones de euros.
También sale en todas las quinielas como miembro del consejo el ex asesor de la embajada de EEUU en Israel en el primer mandato de Trump -cuando la sede diplomática fue trasladada de Tel Aviv a Jerusalén para furia de los palestinos- Aryel Lightstone, que es rabino, y fue uno de los artífices de los históricos Acuerdos de Abraham, que permitieron el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel, por un lado, y los Emiratos, Marruecos, Bahréin y Sudán en la primera Presidencia de Trump. Lightstone es cercano al yerno de Donald Trump, Jared Kushner, cuya familia y la del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, mantienen una amistad que se remonta a hace décadas. Kushner y Lightstone ya trabajaron en el 'Acuerdo del Siglo', un frustrado plan de paz durante la primera Presidencia de Trump que consistía fundamentalmente en la entrega de Palestina a Israel y en la absorción de la población árabe del territorio en Jordania, a cambio de una inversión multimillonaria de la comunidad internacional.
Aparte, habrá una fuerza árabe y al menos 200 soldados estadounidenses. Israel mantendrá el control absoluto de las fronteras de Gaza y, presumiblemente, derecho de veto. La gestión de la reconstrucción será llevada a cabo por cargos intermedios palestinos "neutrales". Con el tiempo, se crearán un Ejecutivo palestino de tecnócratas y una policía local bajo control extranjero, para evitar que Hamas, la Yihad Islámica u otros grupos extremistas se infiltren en ella.
Pero ésa solo es la parte fácil de la ecuación. Las autoridades palestinas tienen fama de estar corroídas por la corrupción hasta lo inimaginable. Encima, la guerra ha causado la proliferación de bandas armadas que controlan la entrega de ayuda humanitaria. Extirpar de los órganos de gobierno y de la sociedad a esos grupos va a ser tan o más difícil que liquidar a Hamas.
Hace cien años, el desarrollo económico era una de las claves. Y ahora, con Gaza totalmente destruida, su importancia es mayor. La reconstrucción requerirá, según el Banco Mundial y la ONU, entre 44.0000 y 68.000 millones de dólares. Una parte de ese capital procederá de instituciones multilaterales, como el propio Banco, el FMI y la ONU, que pueden tener ahí su 'tabla de salvación' que demuestre su utilidad a Estados Unidos y, por tanto, haga que Donald Trump deje de amenazar con su reducción o, incluso, la expulsión de sus sedes de Washington.
Pero la mayor parte debería ser capital privado, sobre todo de países árabes y, en especial, del Golfo, con el objetivo de maximizar el beneficio. Eso ha abierto la puerta a la creación de una o varias zonas francas -libres de impuestos- en Gaza, para desarrollar en ellas empresas de IA, software, coches eléctricos y criptodivisas, algo que ya estaba en los controvertidos planes de la consultora Boston Consulting Group para llevar a cabo una limpieza étnica de la zona, en los que la Fundación Tony Blair colaboró.
Esos son sectores en los que EEUU, Israel y los países del Golfo tienen un enorme liderazgo, pero que no existen en Gaza. Eso plantea la cuestión de cómo se va a llevar a cabo el desarrollo de un espacio de tierra diminuto con una población que no tiene buena formación, y está sometida al bloqueo de los dos países con los que tiene frontera, Israel y Egipto.
De nuevo, el precedente del Mandato británico añade confusión. En la década de los treinta, Palestina vivió un fuerte crecimiento, en parte por las inversiones del Estado británico y, en parte, por las del capital judío del exterior, que desarrolló puertos e infraestructuras, y por la afluencia de miembros de esa comunidad de alto nivel de educación que huían de la persecución nazi en Alemania. El resultado fue una economía desequilibrada, con una parte judía, más desarrollada e internacionalizada, y otra árabe, que seguía viviendo de la agricultura. Encima, los terratenientes árabes vendieron sus propiedades a los judíos, dejando a sus jornaleros sin casa y sin trabajo. La reacción árabe fue clásica: echar la culpa a los judíos. El resultado, también, miles de muertos entre 1936 y 1938.
Y, finalmente, está la cuestión política. La GITA deberá entregar Gaza a una nueva Autoridad Palestina en un plazo máximo de cinco años. Pero eso supone cambiar la actual Autoridad Palestina, que ha sido ninguneada por Israel y Estados Unidos y, además, es acusada de estar corrupta hasta la médula. Por el momento nadie sabe qué nuevos líderes van a tener los palestinos, pero las experiencias de Afganistán revelan que eso de traer a un líder que nadie conoce -Hamid Karzai o Ashraf Ghani- suele acabar muy mal. De hecho, los palestinos ni siquiera tienen organizaciones representativas, al contrario que en Kosovo y en Timor Oriental, donde estaban los grupos independentistas, el Ejército de Liberación de Kosovo y el Frente de Liberación de Timor Oriental. Es más: la comunidad internacional aceptó a esos grupos, y los puso al mismo nivel que a los Gobiernos yugoslavo e indonesio, que habían perdido la guerra frente a ellos.
Los líderes palestinos deberán ser aceptables para Israel, Estados Unidos, los países del Golfo, Estados Unidos, Jordania y Egipto. Con tantos examinadores, cabe preguntarse si van a poder encontrar alguien que sea aceptable para los palestinos de a pie. Durante la época del Mandato, los británicos negociaron con el Congreso Mundial Sionista, pero pusieron como máxima autoridad política y religiosa de los árabes a Haj Amin al-Huseini pensado que iban a poder manipularlo. Les salió mal. Al-Huseini llevó su odio a los judíos al extremo de hacerse nazi e irse a Alemania con Hitler. Es el último clavo en el ataúd del legado del Mandato, que la GITA no puede repetir.