Eduardo, el desconcertante líder en el suicidio político de los Bolsonaro: "Se ha convertido en enemigo de Brasil"

Cuando en unos años se escriba la historia de la turbulenta tercera década del tercer milenio en Brasil, el suicidio político de la familia Bolsonaro será uno de los capítulos más apasionantes. A un padre acusado de organizar un golpe de Estado mientras era presidente se le suma un hijo diputado que se auto exilió y entabla desde Estados Unidos una batalla contra las máximas autoridades de su país. Y contra su propia nación.
"El diputado federal Eduardo Bolsonaro se ha convertido en enemigo de Brasil. Perdido en el laberinto de sus delirios, hace todo lo posible por defender a su propia familia y no le importa mandar al garete los intereses nacionales", sintetizó esta semana Folha de São Paulo en un durísimo editorial dedicado a uno de los hijos del ex presidente.
La debacle de Eduardo Bolsonaro, un abogado de 41 años, llama la atención, porque su figura, mucho más amable y pulida que la de su padre, hacía pensar que había allí una mayor astucia política. Pero entre su padre y la patria eligió a su padre: esa es la sensación mayoritaria en Brasil, escenario en estas semanas de una campaña de estímulo al patriotismo, con epicentro en las redes sociales. En ella, el Gobierno de Lula se vale de perros, gatos, aves y capibaras (un roedor gigante) para explicarle a los 215 millones de brasileños que el país no está en venta y que la soberanía nacional no se discute.
Tras el anuncio de Donald Trump de que buena parte de las exportaciones brasileñas serán gravadas con un arancel del 50%, Bolsonaro hijo apareció en sus redes sociales diciendo "misión cumplida", pero planteando, a su vez, que el camino a recorrer aún es largo. Su gran obsesión es hundir al súper juez Alexandre de Moraes, la estrella del Supremo Tribunal Federal y por cuyas manos pasan los asuntos más delicados y sensibles del país, entre ellos las causas contra los Bolsonaro. El hijo del ex presidente, que se mueve con tobillera electrónica y está a punto de ser condenado, se jacta de haber sido fundamental para que Trump sancione a De Moraes con la aplicación de la Ley Magnitsky, que bloquea financieramente al sancionado a nivel mundial. El problema, afirmó a la BBC Brasil William Browder, ejecutivo financiero británico que ideó la ley, es que esta "no fue creada para ser utilizada con fines de venganza política".
Pero las venganzas políticas están de moda, aunque algunas pueden salir mal. La del hijo de Bolsonaro está hundiendo en el desconcierto y la anarquía a la derecha brasileña, hasta no hace mucho tiempo abroquelada y disciplinada. La insistencia en que Jair Bolsonaro le disputará la presidencia a la izquierda -todo indica que a Lula nuevamente- en 2026 ya no es creíble. Inhabilitado políticamente hasta 2030, Bolsonaro no tiene poder ni aliados para lograr la amnistía que venía buscando, y lo más probable es que en las próximas semanas entre en prisión. Eduardo se incineró y su hermano, Flavio, coquetea con la idea, pero el candidato más probable es Tarcísio de Freitas, gobernador del estado de São Paulo. Tras defender inicialmente los aranceles de Trump y culpar a Lula, Tarcisio -como todos lo conocen en Brasil- viró y se alejó de la estrategia suicida de los Bolsonaro. Eso le costó venenosos comentarios de Eduardo, que parece olvidar que el complejo agroexportador, perjudicado por Trump, es uno de los sostenes políticos de la derecha. "Flaco favor le he hecho Eduardo al agronegocio", destacó Folha al mencionar la carne y el café como dos de los productos gravados con los aranceles más altos que haya impuesto Estados Unidos.
¿Podría ser Michelle, la esposa de Bolsonaro, magnética y sólida oradora, la candidata? Ella duda y su esposo más, pero es una posibilidad si se le quiere cortar el camino a Tarcísio por simple venganza. Romeu Zema, gobernador de Minas Gerais, también tiene aspiraciones.
Entretanto, Eduardo Bolsonaro sigue adelante. No son pocos en Brasil los que creen que, en realidad, su influencia y acceso a la Administración Trump son mucho menores de lo que alega, pero eso importa poco a esta altura: el hijo del ex presidente se presentó como el hombre que le susurra al oído a Trump, y que le susurra ideas que le hacen daño a Brasil. Esa imagen es ya imborrable; de eso difícilmente vuelva.
Como imborrable es una foto difundida hace unos días por Eduardo Bolsonaro. En ella se lo ve junto a un hombre de una edad similar a la suya, posando a la entrada del Departamento de Estado, en Washington. Ambos sonríen. Sonríe Eduardo y sonríe Paulo Figueiredo, nieto del último presidente de la dictadura militar brasileña, João Baptista Figueiredo.
La riesgosa apuesta de Lula por la presidencia a los 80 años
Lula da Silva se comía las uñas. Su canciller, Mauro Vieira, hablaba y hablaba, y el líder de la novena potencia económica mundial no veía la hora de tomar el atril para iniciar la guerra con Trump. Sucedió el 7 de julio, en el cierre de la Cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, y de aquellos polvos, estos lodos. Lula se había pasado toda la cumbre evitando ya no criticar, ni siquiera mencionar, a Estados Unidos y Trump, pero en esa rueda de prensa sacudió el atril y, casi gritando, declaró que el mundo no necesitaba "un emperador" y que veía absolutamente falto de seriedad el modo en que Trump se relacionaba por las redes sociales. Al día siguiente, la Casa Blanca anunció los aranceles del 50% contra Brasil, los más altos que se hayan impuesto a país alguno en esta guerra comercial.
¿Se hubiera evitado Brasil los aranceles si Lula se contenía? No, porque la motivación de Trump descansa en la defensa de "las grandes empresas tecnológicas y, en menor medida, el tema político con Jair Bolsonaro", señala el politólogo Andrés Malamud a EL MUNDO. Pero Lula juega con fuego: hasta ahora no se ha quemado, y por primera vez en más de un año, su índice de aprobación supera al de desaprobación. "Si sirve para frenar a esta derecha loca, me voy a presentar", afirmó recientemente, dando casi por hecho que, a los 80 años, hará su séptima campaña por la presidencia. Las tres primeras elecciones las perdió; las tres siguientes las ganó. Trump, ahora, surgió en su ayuda con el insostenible argumento de la "extraordinaria amenaza" que representaría Brasil, para beneficiarlo con una nueva versión del "efecto Canadá / Carney".
"El presidente se dice abierto al diálogo, pero cuando aborda el tema lo hace en tono provocador o irónico en relación con la actuación de la familia Bolsonaro, lo que convierte al problema en algo de solución imposible", destacó recientemente la columnista Dora Kramer.
Faltan 14 meses para las presidenciales de octubre de 2026, y mucho puede suceder entretanto, aunque el desempleo está en mínimos históricos: 5,8%. Puede agotarse la ola de patriotismo que recorre el país y puede hacerse sentir el efecto de los aranceles en sectores claves de la economía. Entonces Lula quizás deba volver a comerse las uñas.