La flota fantasma rusa como lanzadera de drones en el Báltico

La audaz operación Telaraña, que terminó con dos decenas de bombarderos estratégicos rusos despanzurrados y en llamas a más de 4.000 kilómetros del frente de Ucrania, ofreció el 1 de junio de este mismo año una serie de posibilidades bélicas tipo caballo de Troya no exploradas hasta entonces. Si los cerebros militares de Kiev habían conseguido ocultar drones comerciales en camiones para liberarlos junto a las pistas de los aeródromos rusos, significa que cualquier plataforma que pase desapercibida puede usarse como nave nodriza de estos aparatos no tripulados.
La primera evidencia de que algo similar está pasando llegó del 7 al 10 de septiembre: la Policía y fuerzas especiales alemanas abordaron el carguero Scanlark en la esclusa de Kiel-Holtenau, al sospechar que lanzó un dron que sobrevoló y fotografió una fragata alemana el 26 de agosto. La Fiscalía de Flensburg está investigando una posible base móvil de drones; el caso se enmarca en los centenares de vuelos sospechosos cerca de infraestructuras críticas alemanas durante el año 2025.
El pasado lunes 22 de septiembre tuvimos la segunda: varios «drones de gran tamaño» provocaron el cierre del aeropuerto de Kastrup en Copenhague y obligaron a cancelar o desviar 150 vuelos. El canal de televisión estatal danés TV2 filtró una información de sus fuerzas de seguridad que afirma que tres barcos son los sospechosos de haber lanzado al menos uno o varios drones de cierto tamaño.
Cargueros vinculados a Rusia
Estas tres embarcaciones son: el carguero ruso sancionado Astrol 1 que navegó ese mismo lunes por el estrecho de Öresund y realizó varias maniobras irregulares; el petrolero Pushpa, también sancionado por la UE, que navega bajo bandera de Benín, fue vigilado durante cuatro horas por un buque alemán de la OTAN. El último es el carguero noruego Oslo Carrier 3, que se encontraba a siete kilómetros del aeropuerto de Kastrup mientras los drones eran perseguidos. Aunque este barco no está sancionado como parte de la llamada «flota fantasma» de Moscú, el armador tiene la oficina en el enclave ruso de Kaliningrado.
¿Esta idea se les ocurrió a los rusos? No. Su socio, Irán, ya ha convertido antiguos cargueros portacontenedores en buques nodriza para drones (los barcos Shahid Mahdavi y Shahid Bagheri) y los ha mostrado operando drones y armamento desde su cubierta tras su militarización; son ejemplos claros de mercantes civiles transformados en plataformas de drones.
La flota fantasma rusa -una red de petroleros opacos creada para sortear las sanciones occidentales- ha pasado de ser un problema energético a un vector de guerra híbrida en el Báltico: a sus buques se les atribuyen operaciones de reconocimiento y sabotaje y, según autoridades y medios europeos, podrían haber servido no sólo como plataforma de lanzamiento y control de drones, sino para destruir cables de comunicación submarinos. Finlandia ha imputado al capitán y a dos oficiales del petrolero Eagle S -identificado como parte de la flota fantasma- por cortar cinco cables submarinos entre Finlandia y Estonia el 25 de diciembre de 2024 tras arrastrar un ancla unos 90 kilómetros. Se trata del primer caso penal de este tipo en la OTAN. El patrón, documentado por prensa y think tanks, sitúa a estos tanqueros en el centro de una zona gris que combina logística energética, inteligencia y sabotaje en aguas internacionales, complicando la atribución y la respuesta aliada.
Sabotajes baratos
En ese sentido, convertir petroleros sancionados en naves nodrizas de drones y bases de actividades de sabotaje abarata y disimula operaciones de zona gris, a la vez que presiona a la UE y la OTAN a cubrir un vacío legal y operativo en aguas internacionales. Las nuevas sanciones y la multiplicación de las patrullas militares en la zona reflejan que el Báltico ya se ha convertido en un teatro de guerra híbrida.
Uno de los mejores analistas de este tipo de estrategias de zona gris, Mark Galeotti, sostiene que en la «nueva forma de guerra» todo puede militarizarse, incluidas plataformas civiles (barcos, aeropuertos, redes, empresas), para operar por debajo del umbral y con negación verosímil. Habla de la «weaponization of inconvenience»: sabotajes y molestias que obligan a desviar recursos y erosionan la voluntad política occidental. Como ejemplo, describe cómo un petrolero «fuera de control» puede presentarse como accidente mientras actúa como instrumento de coerción; y añade que Moscú subcontrata a radicales y criminales para estos ataques híbridos en Europa. Su receta: pensar en efectos más que en medios.